Hablar de violencia en una escala general, nos resulta más tolerable que hacer foco en ver cómo esta puede afectar nuestra vida y entorno cercano, la de mi familia, amigos o vecinos. Esto podemos explicarlo al pensar que hay hechos como, por ejemplo, una guerra, que si no está ocurriendo en nuestro país, muchas veces lo apreciamos como un hecho espantoso, pero lejano a nuestra vivencia del día a día.
En cambio, cuando el campo de batalla es una realidad de tensiones y dolor constante en nuestra vida y/o en la de quienes queremos, debemos entender con valentía, que la violencia, si no es frenada y transformada, atraviesa cada área de nuestra vida, dejando consecuencias dramáticas a corto, mediano y largo plazo. Es por eso por lo que hacer de esta realidad algo distinto, ¡Es posible!
2 de cada 3 mujeres han sufrido de violencia en el mundo en algún momento de su vida
69% de las mujeres de 15 países de Latinoamérica que manifestaron haber sido abusadas físicamente lo fueron por parte de sus parejas, según la ONU.
1 de cada 2 niños y adolescentes en América latina ha sufrido de castigos corporales dentro del hogar, según Unicef.
80% de las ocasiones en las que la víctima es un hombre, la denuncia la realizan sus familiares, porque al hombre le da muchísima vergüenza exponerse.
El contexto en juego
La violencia es una realidad socio-cultural la cual no podemos negar ni ser indiferentes. Históricamente, ningún contexto ni período humano ha estado exento de ella, y a nuestros días vemos como está presente en distintas áreas de la vida: convivencia social, decisiones políticas, medios de comunicación, series televisivas, música, juegos online, etc. Si a todo esto le sumamos, el incremento de estrés que se viene midiendo a escala mundial producto de las exigencias en los estilos de vida actual, la alta competencia laboral, la demanda económica, la lucha por el poder, el afán por el control, la vertiginosidad con la que se producen los cambios, etc., cabe preguntarnos de qué maneras todo esto está repercutiendo en nosotros y cuál es el impacto que tiene en nuestros relaciones y maneras de vincularnos.
Se supone, que en el interior de nuestra familia podamos encontrar descanso de tantas tensiones al cuidarnos unos a otros y transitar juntos las distintas etapas de la vida con sus desafíos, al tiempo que cada uno de los miembros va creciendo mientras acompañamos y estimulamos un sano desarrollo grupal e individual.
Sin embargo, en muchísimos casos, la realidad familiar es radicalmente lo opuesto: cifras mundiales constatan que un gran porcentaje de homicidios femeninos es ejecutado por parejas o ex parejas, y a nivel de continente americano, la OPS declara que por año cerca de 140 millones de niñas, niños y adolescentes sufren maltrato físico, sexual y/o emocional.
De qué hablamos cuando hablamos de violencia familiar
“¿Sabías que existe mayor probabilidad de que una mujer sea agredida en su casa por parte de su pareja que fuera de ella?
¿Qué existe mayor riesgo de que un niño sea abusado sexualmente en su casa por parte de un familiar o conocido que por un extraño?
¿Qué la probabilidad de que un anciano sea maltratado psicológicamente por un miembro de la familia es mayor a que esto le suceda fuera de su casa?”
Estas preguntas que realiza la especialista en violencia y familia, Dr Medina, nos confrontan con una realidad que es cruda pero necesaria de afrontar.
¡Estamos aquí para escucharte!
Cuando se habla de violencia familiar, hay una relación de dominio destructiva que se da desde uno de sus miembros a otro/s, con el objetivo de que este último (adulto o menor de edad) obedezca y se repliegue. En un intento por controlarlo, muchas veces el otro es visto como foco para descargar ira y frustración. ¿El resultado? Una persona menoscabada en su autoestima e imagen, con su singularidad y capacidad de juicio anulada mediante una desconsideración absoluta a sus derechos, libertad y capacidades. Todo a consecuencia del abuso de poder, el cual se ejerce a través de acciones concretas (como veremos a continuación) u omisiones reiteradas (negligencia) produciendo severas consecuencias tanto a nivel físico como psíquico.
Es importante entender que cuando se violenta a otro, de alguna forma también la persona se está violentando a sí misma, es por eso por lo que el camino hacia el cambio y la sanidad con la propia historia de vida y con la forma de vincularse, es necesario tanto para el que violenta como para el que es violentado.
Cuando hablamos de violencia familiar, esta puede ser: hacia la pareja o ex pareja, (en estos casos aplica ser también llamada violencia de género) ya que no necesariamente las personas involucradas tienen que estar viviendo bajo el mismo techo; hacia adultos mayores (padres, suegros), y/o hacia niñas, niños y adolescentes. Es decir que la violencia puede darse a nivel intra-generacional (entre personas de una misma generación) como inter-generacional (entre distintas generaciones).
Manifestaciones de la violencia
Si bien a la hora de explicar los distintos tipos de violencia se la clasifica para comprenderlo mejor, es importante saber que cada una de ellas siempre va a tener un impacto sumamente dañino en la esfera psíquica.
Hablamos de violencia física cuando se hace uso y abuso de fuerza sea con el propio cuerpo (golpes, patadas, piñas, cachetazos, etc.) como con objetos (quemaduras, puñaladas, cortes, golpes, mutilaciones, entre otros).
La violencia sexual, puede ejecutarse empleando: violencia física, amenazas, chantaje, manipulación, engaños, para lograr el contacto sexual que no necesariamente implica el propio acto en sí, sino que puede consistir en someter a la persona a desnudos, a ver pornografía, a masturbarse o masturbar al agresor, a caricias y toques en zonas íntimas, y toda acción que vaya en contra de la voluntad de la persona (sea adulto, niño o adolescente) y que genera humillación, que degrada a la persona dejando huellas tremendamente dolorosas y nocivas con efectos devastadores a corto y largo plazo. Claramente, también aplica aquí los casos de explotación sexual.
Violencia psicológica: Muchas veces cuesta identificarla porque social y culturalmente hay una tolerancia o falta de concientización sobre algunos aspectos, y también, porque no es tan sencillo demostrarla cuando se efectúa en un entorno íntimo. Esta implica tanto acciones como palabras y gestos: gritos, manipulaciones, insultos, frases hirientes, burlas constantes, gestos despectivos, amenazas, retener en un lugar o espacio contra la voluntad de la persona. Estas situaciones y modos de relacionarse dañan la salud mental y emocional de la persona, dejando huellas y consecuencias que se manifestarán en sus distintas áreas.
Violencia económica o patrimonial: muchas veces este tipo de violencia queda solapada, ya que parece menos dañina que las anteriores, sin embargo, podemos definirla entendiendo que: “Es cualquier hecho o supresión que con ilegitimidad, implique daño a la supervivencia de la víctima, se manifiesta a través de: la perdida, sustracción, transformación, ocultamiento destrucción o retención de bienes, instrumentos de trabajo, documentos o recursos económicos, destinados a la satisfacción de sus necesidades”. Esta definición nos habla de cuando hay una apropiación inadecuada sobre algo que no fue consensuado ni de mutuo acuerdo, dejando de alguna forma desamparado al otro, teniendo o habiendo los recursos para que eso no sea así. Generalmente este tipo de violencia se da principalmente entre adultos (hacia la pareja, hacia un padre o abuelo) pero hay casos en que también aplica a niños, cuando habiendo necesidades básicas que se pueden satisfacer, le son negadas o ignoradas, un clásico ejemplo de negligencia, que como bien vimos, es también un tipo de violencia.
¿Y la persona que violenta?
Algo sumamente importante a saber y entender es que la violencia no es transferida genéticamente, sino que es un comportamiento aprendido. Es un proceso por el cual la persona no encontrando formas responsables y saludables de comunicarse o resolver los conflictos que se presentan, ejerce un abuso de poder a través de distintas formas que se ven como justificaciones legítimas.
Numerosas investigaciones constatan que cuando los niños son expuestos reiteradamente a alguno o varios tipos de violencia como los mencionados anteriormente, quedan propensos al aprendizaje de estos patrones conductuales que además generan huellas en lo psíquico similares a los efectos de una guerra; llegándose a transmitir de una generación a otra, lo que hace que muchos niños sometidos a tal situación lo reproduzcan en su juventud o adultez con sus parejas e hijos.
Otra cara de esta dramática realidad es la de aquellos niños que aprenden sobre sumisión e indefensión por el miedo y maltrato, sea porque ellos lo reciben o porque ven que su madre/ padre y/o hermanos son violentados. Esto afectará negativamente sus capacidades, autoestima y la visión que tienen del mundo y de los demás, quedando vulnerables ante personas con un perfil maltratador o rígido. Lo que por ende condicionará el desarrollo de sus años venideros y el tipo de relaciones que establezcan.
Pero entonces, si hablamos de aprendizaje, podemos hablar de una reeducación, elaborando la historia personal y trabajando en el relacionamiento respetando al otro, su identidad, su poder de decisión, y a vincularse a través de una elección que sea mutua pero libre, sin sometimientos, manipulaciones, amenazas, ni castigos. Claro que este proceso lleva mucho tiempo y un compromiso total de la persona que requiere de la guía y acompañamiento de profesionales de la salud mental.
Lo mismo para la persona que vivió situaciones o un tramo prolongado de su vida bajo la tiranía de un tercero. La persona debe reaprender sobre maneras sanas de vincularse, construir una autoestima que le permita recobrar el valor personal ultrajado, su importancia como persona, su dignidad, amarse a sí misma de una manera que le permita construir nuevos puentes con relaciones basadas en el respeto, el cuidado, la confianza y también en la firmeza de plantear límites cuando sea preciso.
La violencia deja huellas muy profundas que, si no se elaboran adecuadamente, quedan abiertas casi permanentemente llevando a la persona que fue violentada y vulnerada en sus derechos básicos, a buscar por un camino de decisiones autodestructivas, la vía para adormecer el dolor de lo vivido. Pero además, si no se pone un freno tajante, el comportamiento violento se perpetua y el comportamiento de indefensión también.
Poniéndonos en tu lugar, sabemos que estás atravesando por un tiempo difícil, por una convivencia difícil y que quizás cada día sea un desafío nuevo que afrontar, asumiendo la realidad que toca. Pero una vez más desde Vivenciar.net queremos animarte a que puedas dar el paso de abrir tu corazón y compartir tu situación a quienes están cercanos en poder ayudarte, y por supuesto, si la violencia es en extremo, realizar las denuncias correspondientes a las autoridades de tu país. Nuestros voluntarios en Vivenciar.net están disponibles para poder conversar y animarte afrontar estas situaciones de vida.
Recuerda:
- Tú no eres culpable por la violencia que sufres.
- La persona que sufre de violencia no está sola.
- No debes tener vergüenza a la hora de pedir ayuda.
- Es muy importante que busques en tu país los órganos públicos de justicia y seguridad que puedan asistirte y defenderte.
- Conserva en tu celular un número de emergencia para poder llamar rápidamente frente a una situación de riesgo.
- Comparte tu situación con alguien, y en caso de emergencia no dudes en comunicarte por teléfono, esa persona ya sabrá lo que hacer si recibe una llamada tuya y percibe gritos o sonidos sospechosos.
¡Estamos aquí para escucharte!
¿Y qué más?
Un mensaje de esperanza para ti
Quizá, esta sea tu historia actual o forma parte de un tramo pasado en tu vida, quizá conoces a alguien que está viviendo algo así en este momento. Lo importante es que, en medio del dolor, la incertidumbre y el peso de eso que cargas en el cuerpo y las emociones, sepas que hay futuro, que hay opciones, que hay esperanza.
Sabemos que tomar la decisión de hablar, dejar de callar la violencia, y dar el paso de pedir ayuda, no es nada sencillo la mayoría de las veces. Pero es importante entender que callar empeora la situación, y que tampoco se ayuda a la persona que ejerce la violencia ocultando la situación.
Si al leer esto te identificas con situaciones vividas, no dudes en pedir ayuda: buscar un familiar y/o amigo cercano, alguien que sea de tu confianza para que puedas abrirte y pueda acompañarte en este proceso de tomar decisiones que pueden ser difíciles, pero tan necesarias. Para que pueda apoyarte y rompas el silencio, para realizar una denuncia si es preciso, o también buscar un profesional de la salud mental.