¿En algún momento de tu vida te has sentido culpable o has sido culpado por haber hecho algo? ¿O, has tenido cargo de conciencia por no haber hecho algo que debiste haber hecho? ¿Cómo manejas o enfrentas ese sentimiento llamado "culpa"? ¿Hay algún secreto de tu pasado que sientes como atorado en tu garganta, atormentando tu conciencia? ¿Será que esa persona, ese amigo o compañero de trabajo todavía se siente herido contigo? Vamos a hablar un poco sobre nuestras culpas. Después de todo, la culpa es algo que afecta la vida de la mayoría de la gente, alterando nuestro sueño, revolviendo nuestro estómago y removiendo el pasado por mucho tiempo.
¿Te has sentido con cargo de conciencia después de haberte comido esa caja de bombones de chocolate o el pote de helado, o después de terminar una relación, o al final de un día lleno de complicaciones que no pudiste resolver? ¿Te has levantado de noche para comer y luego has sentido a la culpa golpeando tu puerta?
O bien, ¿recuerdas aquel día en que debiste haber ido al gimnasio y no fuiste? ¿O cuando prometiste pasar más tiempo con tus hijos y no lo hiciste? ¿O aquél familiar a quien le prometiste visitarle, pero no fuiste, y ahora murió? ¿Cómo resuelves el cargo de conciencia a causa de situaciones como las que acabamos de mencionar? Bueno, no queremos asustarte recordando cosas que muchas veces están enterradas en el pasado, pero queremos ayudarte a lidiar con ellas, pues, la mayoría de las veces, son esas cosas del pasado las que afectan la vida presente.
Se dice que tres hombres muy fuertes, competidores entre sí, conversaban sobre el mayor peso que cada uno podía cargar. Uno de ellos afirmó que hasta ese momento, el mayor peso que podía cargar era 180 kg; el tercero miró a los otros dos con aire de desolación, y dijo: «El mayor peso que llevo todos los días es mi conciencia».
Muchas veces nos sentimos culpables o temerosos de hacer algo, y ni siquiera entendemos por qué. Recuerdo que sólo al final de mi adolescencia pude comprender las razones de mi dificultad al abrir un armario, la puerta de un coche o la refrigeradora de alguien que no fuera muy familiar para mí. Sólo me atrevía a hacer eso cuando insistían en que lo hiciera.
“La culpa es un sentimiento de indignidad personal que no siempre está relacionado con un recuerdo consciente de determinado hecho de nuestra historia. Nos sentimos culpables, pero no sabemos por qué”.
Quien aclaró mi «enigma» fue una tía que explicó que, cuando era niño, yo solía mover los objetos de los demás cuando iba a pasear con mi madre. Un día, fui disciplinado por ella con una tierna palmada en mis manos, mientras decía: «¡Deja de mover las cosas de los demás, niño!» Aprendí años más tarde de dónde venía mi sentimiento de culpa y la sensación que me producía al abrir un armario o una gaveta. Estoy seguro de que mi madre actuó correctamente al corregirme. Creo, sin embargo, que faltó una explicación mejor sobre la costumbre que tenía de mover las cosas de los demás.
Esto ejemplifica el hecho de que a menudo la culpa es un sentimiento de indignidad personal que no siempre está relacionado con un recuerdo consciente de determinado hecho de nuestra historia. Nos sentimos culpables, pero no sabemos por qué.
La culpa generalmente nos mantiene presos del pasado y nos hace reflexionar sobre los errores que cometemos, conforme los vemos. La culpa en exceso no nos permite llegar más cerca de verdaderamente aceptar, perdonar y buscar perdón para los errores que cometemos.
Otro hecho interesante cuando se piensa en la culpa es que, a veces, somos culpables pero creemos que no lo somos. Algunas cosas equivocadas que hacemos pueden convertirse en hábito y corremos el riesgo de acostumbrarnos a ellas. Para ejemplificar, cuando la velocidad máxima de una calle o avenida es de 50Km / h, y sabemos que no hay fiscalización, es común que aceleremos hasta 60 o 70Km / h… a veces hasta más que eso. Y lo hacemos a diario porque se ha vuelto un hábito, ¡es normal! Y no nos sentimos mal por hacerlo, ni nos damos cuenta de que estamos transgrediendo una ley.
Hay una pequeña historia sobre un conductor que fue detenido por un guardia de tránsito después de cruzar la señal roja. El guarda pregunta: «¿No has visto la señal roja?». Y el conductor responde: «La señal que vi, sí. Lo que no vi fue al hombre, señor policía».
Cuando una determinada ley es violada, el transgresor es culpable, ya sea que lo reconozca o no. Aunque algunos, por desconocimiento de la ley o por terquedad, no se sienten culpables, la inmensa mayoría de las personas, en mayor o menor grado, es afectada por este sentimiento. «La culpa ha sido descrita como el punto donde la religión y la psicología se encuentran con más frecuencia», dice el psicólogo y profesor Gary R. Collins.
No siempre conseguimos liberarnos totalmente de la culpa. Un desafío es procurar vivir la vida en compañía de ella. Wikipedia da una descripción muy simple para el sentimiento de culpa: «es el sufrimiento obtenido tras la reevaluación de un comportamiento pasado como reprobable por sí mismo, …basado en la frustración causada por la distancia entre lo que no fuimos… de aquello que creemos que deberíamos haber sido. ´En otras palabras´, cuando se viola la conciencia moral personal, surge el sentimiento de culpa.»
La culpa generalmente viene acompañada de remordimiento, autocensura, rabia, pena, autopunición, preocupación exagerada con la opinión de los demás, baja autoestima, constante sentimiento de rechazo, dificultad para decir «no», dificultad para aceptar lo que los demás le dan por no juzgarse merecedor – incluyendo, un halago. Las personas con excesivo sentimiento de culpa suelen hacer más por los demás que para sí mismos.
La primera respuesta que viene a nuestra mente es: ¡de ninguna manera! Al final, la culpa obstaculiza nuestra vida, nos hace pasar mal momento, nos atormenta y nos perjudica.
Pero cuando la culpa no es exagerada, sí puede ser útil. Un grado equilibrado de culpa permite que la persona no viole sus valores éticos y espirituales, y de la sociedad que le rodea. Puede también ayudarnos a evaluar nuestros pensamientos y acciones, haciéndonos ver cuando hay algo mal con nuestra conducta, y funcionando como un sistema de freno y equilibrio. Alguien que no siente culpa alguna puede ser insensible o descuidado, y puede acabar lastimando a otras personas.
“A veces exageramos al intentar mantener una promesa a toda costa; la promesa que hicimos movidos por la emoción”.
En el otro extremo, una persona que siente culpa excesiva está continuamente tensa y nerviosa. Probablemente tendrá dificultades para relajarse y disfrutar de la vida. Algunas personas establecen patrones muy elevados para todo y, consecuentemente, cuando no los alcanzan, sufren demasiado. Una persona relató: «Después de la enfermedad de un familiar, le prometí visitarlo todos los fines de semana. Pero, debido al exceso de trabajo en la empresa, en una determinada época del año no pude ir. Por eso me siento como la peor persona del mundo. No logré cumplir lo prometido”. Este tipo de situación ocurre con mucha frecuencia. A veces exageramos al intentar mantener una promesa a toda costa; la promesa que hicimos movidos por la emoción.
Los sentimientos de culpa también nos paralizan o nos hacen retrasar las tareas. Sentimos culpa por algo que hicimos y entonces dudamos en iniciar una tarea nueva, tal vez por miedo a cometer otro error parecido. Y el propio hecho de posponer lo que deberíamos hacer nos hace tener más sentimiento de culpa todavía. Y se forma un círculo vicioso.
La culpa generalmente nos mantiene presos del pasado y nos hace reflexionar sobre los errores que cometemos, conforme los vemos. Y, a veces, nuestra visión está un poco distorsionada. La culpa en exceso no nos permite llegar más cerca de verdaderamente aceptar, perdonar y buscar perdón para los errores que cometemos, o de cambiar las cosas que no nos agradan en nosotros mismos. La culpa excesiva lleva a la enfermedad física, emocional y espiritual.
Las mujeres que trabajan fuera del hogar se sienten más culpables por pasar menos tiempo con la familia, sobre todo si son madres.
Las mujeres se sienten más culpables que los hombres en el cuidado de la casa, por la belleza (cabello, uñas, celulitis y peso), por la familia y la calidad de alimentación de los hijos.
Los hombres se sienten más culpables con el fracaso profesional.
Los hombres se sienten más culpables por tener el gusto por la bebida.
1 – Reconozca sus errores – ese es un primer e importante paso. Los errores forman parte de la vida de todas las personas. No nos gusta equivocarnos, pero los errores, normalmente, nos ayudan a madurar haciéndonos personas más sensibles y menos juzgadoras.
2 – Sea responsable de sus actos – Algunos dicen: «Yo soy de esa forma por causa de mis padres» o «el problema fue por las compañías que tuve». Recuerde: es importante analizar cómo nos convertimos en la persona que somos. Sin embargo, no podemos justificar nuestras actitudes buscando a otros culpables.
3 – Procure ver el lado bueno del sentimiento de culpa – Un grado equilibrado de culpa puede ayudarnos a evaluar nuestra manera de vivir y de tratar a las otras personas. Puede ayudarnos, incluso, a vivir mejor. ¿Recuerda la culpa que surge después de comer un montón de «tonterías»? Una culpa equilibrada puede ayudarnos a tener una alimentación más adecuada.
4 – Procure revertir la situación – Si es posible, vaya a hablar con la persona que usted trató mal o lastimó, confiese su error y pida disculpas. Por ejemplo, si usted mintió sobre alguien, vaya adonde esas personas y desmienta ese hecho. Intentar reparar un error es una actitud que nos deja más libres, haciéndonos personas mejores.
5 – Cuidado con la perfección – No establezcas estándares demasiado altos para ti mismo. Recuerda que las cargas excesivas y la búsqueda enfermiza por la perfección pueden llevar a la frustración. En muchas situaciones ya no es posible reparar un error.
6 – Busca ayuda – Considera buscar un terapeuta o consejero si no puedes superar la culpa por ti mismo. A veces atribuimos un valor exagerado a un error cometido. Alguien que ve la situación con otros ojos puede orientarnos mucho mejor. Recuerda: «Alegría compartida es alegría doblada. La tristeza compartida es media tristeza.”
7 – Investigaciones demuestran que la vivencia de la espiritualidad y la práctica de la oración, donde se pide perdón a Dios, tienen la capacidad de aliviar una conciencia atormentada. Es fundamental perdonar a los demás y perdonarse a sí mismo, intentar olvidar los errores del pasado y aprender de ellos. Revivir o remover el pasado puede ser positivo si es para analizar las experiencias vividas, procurando convertirse en un ser humano mejor.
Uno de los primeros pasos para resolver las culpas es hacer un análisis de nuestra vida. En muchas ocasiones, el sentimiento de culpa está relacionado con hechos de un pasado distante o no tan distante, que nunca fueron compartidos con alguien por miedo o vergüenza. Por eso siempre insistimos en el análisis y la conversación. Si tienes algún secreto que te trae sufrimiento, busca a alguien que sepa escuchar sin hacer juicios y que sepa dar el apoyo necesario para liberarte. No siempre valoramos la ayuda que viene de lo ALTO. Dios es Aquél que, por excelencia, puede hacer ese trabajo de aliviar nuestras «cargas» del peso de la culpa.
Recuerda que las personas que saben y aceptan sus limitaciones, expresan sus sentimientos, tienen objetivos realistas y se valoran adecuadamente, son menos propensos a sentirse culpables. Y si te sientes culpable por un motivo justo, por haber perjudicado la vida de alguien – o la tuya misma-, busca el perdón y perdona. Esto incluye la sublime y difícil tarea de perdonarse. Por lo general, somos los peores jueces de nosotros mismos. Busca, entonces, mirarte como el Creador te mira: con amor.
Y si te faltan las fuerzas para dar ese paso, quisiera decirte que esa fue la actitud e iniciativa de Dios hacia la humanidad. Esto te incluye a ti. Nadie se queda sin culpa delante de Él. Pero, con amor y misericordia, en vez de alejarse de las personas, Él extiende Su mano hacia los culpables y los perdona.
“El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.”.